Bashar al-Assad y el fin de una dinastía: un país fragmentado y escenario de incertidumbre
 

Tras 53 años de la cruel dictadura de Siria por parte de la familia Al Assad, que le costó la vida, sufrimiento y exilio a millones de personas, el colapso del régimen ha sido imperioso. 

Por Martina Guimaraenz

Tras 53 años de la cruel dictadura de Siria por parte de la familia Al Assad, que le costó la vida, sufrimiento y exilio a millones de personas, el colapso del régimen ha sido imperioso.

Siria, un país con una rica historia y diversidad cultural, ha sido escenario de uno de los conflictos más devastadores del siglo XXI. La reciente caída del régimen de Bashar al-Assad marca un punto de inflexión en la historia contemporánea de Oriente. Tras más de dos décadas de un gobierno autoritario que consolidó el poder a través de la represión interna, alianzas estratégicas internacionales y un control absoluto del aparato estatal, el fin del régimen plantea importantes interrogantes sobre el futuro político, social y económico de un país devastado.

Bashar al-Assad gobernó Siria desde el año 2000, sucediendo a su padre, Hafez al-Assad. Durante más de dos décadas se mantuvo en el poder utilizando la represión y censura. La economía estatalizada beneficiaba a las élites, mientras el 30% de los sirios vivían bajo el umbral de pobreza, exacerbado por sequías y desigualdades sociales. Aunque al-Assad prometió reformas en sus primeros años, su gobierno se convirtió en un símbolo del autoritarismo moderno, el cual transformó un levantamiento popular en una contienda confesional e internacional. En 2011, el estallido de las Primaveras Árabes desató una revuelta que el régimen intentó reprimir brutalmente, desencadenando una guerra civil prolongada.

Bashar al-Assad el ex dictador Sirio derrocado


La caída de Bashar al-Assad fue producto de una combinación de factores: descontento popular, agotamiento de las fuerzas armadas, y un debilitamiento de sus aliados clave, como Rusia e Irán. Frente al avance de los rebeldes, ambos países se retiraron sin ningún esfuerzo militar en contra de estos porque, principalmente, ya no poseían los medios para hacerlo. La derrota supone un duro golpe para los países aliados al régimen de Al-Assad. Para Rusia es la pérdida de influencia geopolítica a la cual accedía fundamentalmente por su base militar clave en Tartus, con acceso al mar Mediterráneo. Mientras que Irán, intensifica el descontento popular en un contexto de crisis económica debido al corte de la ruta de suministros que le otorgaba su alianza. En definitiva, tras su salida, un consejo de transición compuesto por líderes opositores y figuras independientes asumió el poder, prometiendo reconstruir el país sobre bases democráticas.

En un avance sorpresivo, las fuerzas rebeldes, lideradas por Hayat Tahrir al-Sham (HTS), tomaron Damasco y otras ciudades clave. Bashar al-Assad abandonó el país, refugiándose en Moscú. HTS, bajo el liderazgo de Abu Mohammad al-Jolani, anunció un gobierno basado en la sharía, prometiendo incluir a minorías religiosas en un proceso de transición pacífica. Sin embargo, esta organización permanece clasificada como terrorista por Estados Unidos, lo que genera incertidumbre sobre el futuro político del país.

En alto la bandera de los rebeldes, conocida como “La Bandera de la Independencia”.


El colapso del régimen ha acelerado la fragmentación de Siria en regiones controladas por distintos actores. En el norte, el Ejército Nacional Sirio (SNA) apoyado por Turquía, enemistados con los Kurdos, ubicados en el noroeste de la regularidad y apoyados por Estados Unidos. Mientras que en el sur y el este han surgido nuevas alianzas entre grupos opositores. Esta fragmentación plantea desafíos significativos para cualquier intento de reconstrucción nacional.


Sin embargo, el fin de una dictadura no implica automáticamente el establecimiento de la paz, especialmente en un escenario donde confluyen intereses locales e internacionales profundamente contradictorios.


Siria enfrenta una de las peores crisis humanitarias del mundo. Con millones de desplazados internos y refugiados en países vecinos, la caída del régimen no ha aliviado las condiciones de vida de la población. De hecho, la falta de un gobierno central funcional ha exacerbado las dificultades para la distribución de ayuda humanitaria.
En suma, Siria entra en una nueva fase marcada por la incertidumbre. Si bien la salida de Bashar al-Assad cierra un capítulo oscuro de su historia, el camino hacia la paz y la reconstrucción parece estar lleno de retos, no solo por las tensiones internas sino también por la multiplicidad de intereses geopolíticos en juego.

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