Especial del Podio Político
Un viejo refrán señala que “tanto va el cántaro a la fuente que al final se rompe”. Esto parece haber sucedido con la consideración ciudadana hacia la política. Muchos años de malas administraciones, hechos de corrupción, promesas incumplidas y penurias económicas fueron minando la credibilidad de la sociedad en los dirigentes políticos.Paralelamente, sobre todo luego de la emergencia de las redes sociales como principal herramienta de comunicación social, arreció una profusa constelación de comunicadores y panelistas que llevaron adelante una prédica antipolítica, todos los males existentes eran (son) originados por los políticos definidos como hombres y mujeres ambiciosos a los que sólo les interesa llenarse los bolsillos a expensas del sufrimiento de la gente. En definitiva se ha instalado fuertemente la idea de que los políticos, sin distinción, son los “representantes del mal”. En esa circunstancia se produjo el arribo, a través del voto popular, de Javier Milei a la presidencia de la Nación montado sobre una campaña cuyos ejes centrales fueron el combate a “la casta” (la política y sus dirigentes) y la destrucción del Estado, al que el presidente definió como una “asociación criminal”. Hasta aquí la curiosa realidad que estamos viviendo los argentinos, un jefe de estado que expresa “Amo ser un topo dentro del estado, yo soy el que destruye el Estado desde adentro”, extraña declaración en boca de quien fue electo para dirigir al Estado, hacerlo más eficiente y mejorar su administración. Más allá de los insultos y los reiterados exabruptos, a los que el Presidente ya nos tiene acostumbrados, hay que detenerse en la marcha de su gestión al frente del Estado (mal que le pese para eso fue electo) y observar cuan eficiente ha sido hasta hoy el anarcocapitalista en la resolución de los problemas que nos aquejan.En primer término se debe reconocer una acelerada baja de la inflación, que en mayo ha terminado en 4,2%, esta baja sostenida del IPC es el principal activo del gobierno. Por ahora el ajuste en ejecución para obtener la baja parece tener consenso en gran parte de la sociedad. Junto a la caída del índice inflacionario, producto del ajuste, cayó también la actividad económica, aumentó la desocupación y la pobreza, se paralizó la obra pública y se licuaron las jubilaciones, estos han sido los sacrificios que la sociedad ha hecho en el “altar del superávit fiscal” bajo la conducción de las “fuerzas del cielo”. Al mismo tiempo la extravagancia del comportamiento presidencial, aquí y en el extranjero, causa temor y conspira contra la llegada de posibles inversiones que puedan morigerar la fuerte caída de la actividad. Pareciera que la única preocupación del Presidente es el ordenamiento de la macroeconomía. Según su visión una vez ordenada la “macro” del resto se encargaran los mercados sustituyendo a la función equilibradora y reguladora del Estado.Antipolítica y anarcocapitalismo dominan el escenario argentino. Cabe entonces reflexionar sobre las capacidades de estas dos visiones convergentes para llevar adelante la gestión de una República democrática.Hasta hoy no se ha logrado mejorar la gestión del Estado. Mientras sigue la pelea interna y el despido de funcionarios en diversas áreas, entre ellos el ex jefe de gabinete, los fríos de mayo pusieron de manifiesto la imprevisión del gobierno y faltó el gas, poco tiempo antes una multitud reclamó por el presupuesto para las universidades en la plaza de mayo y el gobierno cedió, la falta de inversión produjo un choque de trenes en la línea san Martín que pudo haber tenido trágicas consecuencias y por último, en un país con alrededor del 50% de pobres el mega ministerio de Capital Humano tenía almacenados alimentos con vencimiento cercano que no eran entregados a los comedores populares, debiendo intervenir la Justicia para modificar esa situación. Estos son algunos ejemplos de las dificultades que trae aparejada la gestión pública y de la falta de expertise del novel funcionariado gubernamental.Aunque carece de un partido político propio y cuenta con una fuerza parlamentaria reducida, el Presidente ha tomado la decisión de confrontar con todas las fuerzas políticas y sus dirigentes, aún a aquellos que parecen dispuestos a colaborar con el gobierno. La reiteración de ataques al parlamento que expresa el Presidente (nido de ratas, degenerados fiscales, etc) mal predispone a los legisladores, aún a quienes votaron favorablemente la ley de bases. Demonizar a quienes deben ayudar no parece ser un buen camino.Esta situación de confrontación permanente, eficaz para mantener la imagen presidencial en las encuestas, es disfuncional para gobernar. Los niveles de violencia verbal en los que se desarrolla el debate entre el Presidente y la oposición han polarizado a la sociedad desplazándola, aún más, hacia los extremos. La moderación ha desaparecido. En este contexto, el Presidente parece decidido seguir por el camino de la antipolítica, el insulto, la diatriba y la descalificación de quienes no piensan como él. La suerte de millones de compatriotas dependerá del destino final del camino elegido.