Las tensiones en el sudeste asiático aumentan a la sombra de los conflictos del mediodía, especialmente entre China y Filipinas que indican el siguiente escenario de militarización de fronteras irresueltas.
Es un problema de décadas ya que continuamente eleva las preocupaciones sobre un posible conflicto armado. Desde la década de 1970, China ha reafirmado sus reclamaciones con mayor insistencia: en 1974, China tomó posesión de las Islas Paracel tras un enfrentamiento militar con Vietnam. En 1988, ambos países volvieron a chocar en las Spratly, con decenas de soldados vietnamitas muertos. El episodio más reciente: los choques, cerca del banco de Sabina, de buques militares entre la patrulla costera de China y la marina filipina, nos recuerdan claramente que las tensiones están lejos de resolverse.
La situación también ha llamado la atención de la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático (ASEAN), así como de Australia y Japón (AUKUS), aunque los organismos vacilan en adoptar una postura firme y consensuada sobre cómo asentar el conflicto. Los consensos se pierden en un mar. En el Diálogo Shangri-La de 2024, una conferencia intergubernamental celebrada en Singapur, el conflicto del Mar del Sur de China evidenció su precario equilibrio. China en su famosa «línea de nueve rayas», un reclamo de delimitación territorial que cubre vastas áreas del mar incluyendo los polémicos archipiélagos de las Spratly y las Paracel, se mantiene por su peso en la región a pesar de ser ilegítimo a los ojos de la UNCLOS. Las mismas son también reclamadas por países vecinos, todos utilizando distintas estrategias como Filipinas, aliada fundamental de EE. UU., Vietnam, siguiéndole el juego (pero en miniatura) con la construcción y proliferación de botes policiales ‘ribereños’’, y Malasia y Brunei, quienes tienen reclamos de menor conflictividad, intentaron la neutralidad y la mediación del ASEAN.
La importancia estratégica de estas aguas radica en su uso como ruta de tránsito para una gran parte del comercio mundial, en cercanía a las principales potencias contestatarias. El volumen de barcos, las fronteras irresueltas y la presencia de reservas de petróleo y gas coadyuvan en la aparición incesante de posibles líneas de nuevos futuros conflictos. China ordenó que aguas sagradas cercanas a su costa Sur fuesen respetadas y hace menos de 72hs un nuevo escándalo con la reanudación de las actividades de explotación por Malasia.
Dos barcos colisionaron en un territorio ‘propio’– a 75 millas náuticas de la costa filipina, y a más de 600 millas de la costa china– y cada país acusó al otro de haber provocado el incidente deliberadamente, pueden incluso verse filmaciones de cómo se pelean sin armas de fuego sino blancas y de agua.
Este no es un hecho aislado. Mutuamente se han acusado reiteradas veces de realizar maniobras peligrosas y a China de intimidar a embarcaciones filipinas. Las desmejoradas relaciones tienen pocos recursos efectivos, sin reconocer los mutuos fundamentos, para hacer frente a la tensión de los incidentes de 2019 y 2023, donde barcos chinos embistieron a pesqueros filipinos y realizaron acciones que pusieron en peligro la vida de personas.
A modo de seguro los países Vietnam, Malasia y, principalmente, Filipinas han fortalecido su cooperación militar con Estados Unidos a modo de reaseguro, recibiendo este último equipo defensivo avanzado (los misiles Tifón). China ve la intromisión como una provocación de complot, arguye que Filipinas se está «envalentonando» sólo gracias al respaldo de potencias extranjeras.
La pregunta ahora es: ¿Por cuánto han de mantenerse los conflictos en una fase de tensión diplomática, o estamos ya a las puertas de una confrontación militar abierta?